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Posts Tagged ‘discriminación’


El 21 de marzo es el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, en recuerdo de la matanza de Sharpeville, que tuvo lugar en Sudáfrica ese mismo día de 1960, cuando la policía abrió fuego contra una manifestación que protestaba contra el régimen del apartheid o segregación racial. Murieron 69 personas de raza negra –entre ellos niños- y 180 resultaron heridos.

Medio siglo después de la masacre de Sharpeville la discriminación racial sigue presente. No de la misma forma, por supuesto. El racismo violento –afortunadamente- se reduce a grupos de inadaptados, en muchos casos manipulados por agrupaciones políticas de extrema derecha. Aún así, siguen siendo marginales, y su violencia se combate con el Código Penal. Son delincuentes, y así deben ser tratados. Esos no me preocupan.

La discriminación racial que de verdad me preocupa y más extendida en nuestro entorno es ese racismo de baja intensidad, ese racismo que busca aprobación social y se entremezcla con la xenofobia, al punto que racismo y xenofobia pueden considerarse en esencia, lo mismo. Miedo al diferente que se manifiesta de diversas formas, desde el desprecio e invisibilización, hasta la agresión física, pasando por el convencimiento de que somos superiores, y de que son “ellos” los que deben cambiar y ser como “nosotros”, renunciando a su cultura si quieren que los aceptemos. Y me preocupa porque esa es la base sobre la asientan su crecimiento los partidos de ultraderecha en épocas de crisis económica. Como si de los recortes de salarios, salud pública, educación, etc., fueran culpables los inmigrantes y no los señores de traje y corbata que juegan a la ruleta con nuestro bienestar.

La mayoría de estas conductas discriminatorias vienen de personas que no se consideran racistas. «Yo no soy racista, pero…» y después el mazazo discriminatorio “no sé que hacen aquí, no se integran, comen cosas raras, se llevan las ayudas, nos quitan el trabajo…”. ¿Por qué es tan típica esta situación? Porque la xenofobia no deja de ser una distorsión en la percepción de la realidad, que nos hace sobrevalorar nuestra cultura, nuestra etnia y nuestras costumbres por sobre las demás. Pero el xenófobo no se acepta como tal, ya que no es consciente de su alteración en la percepción de la realidad.

El xenófobo no ve una persona, ve un extranjero. Allá donde lo que hay es un trabajador como él, ve un inmigrante que amenaza su empleo. Donde hay un emprendedor, ve un inmigrante al que seguro han ayudado más que a él. Donde hay un paciente, ve un extranjero que abusa de la sanidad pública. Su enfermedad consiste precisamente en no ver a la persona, y ver sólo la amenaza del diferente.

A esta altura algún lector pensará: “no será tan así… en muchos casos tendrán razón.” ¿Lo vemos en ejemplos? Los siguientes son sacados de la vida cotidiana.

Caso 1: A los extranjeros les dan preferencia en la sanidad pública

El señor hace cola para pedir cita a un especialista, justo delante de mí. Delante de él una joven latina. El señor se sentía algo molesto porque parece que no era la primera cola que le tocaba hacer ese día, y para desahogarse se puso a protestar al aire sobre lo mal que funciona la seguridad social en España y sobre cómo los extranjeros eran mejor tratados que los españoles. Buscaba la aprobación en mi cara, que por supuesto no encontró, sino que más bien recibió la siguiente respuesta con todo el acento argentino que pude: “debe haber algún extranjero que tiene beneficios dobles –el de él y el mío-  porque en mi caso, nunca nadie me dio un  trato preferencial por ser argentina.”

El caso es que cuando llega a la ventanilla la joven latina, obtiene cita para la semana siguiente. Le toca al señor enfadado y le dan cita para tres meses después, hecho que lo llevó a enfadarse aún más e increpar a la empleada que por qué a la extranjera la tratan mejor que a él. A lo que la empleada muy calmada pero muy firme y en voz alta le contestó: “SI USTED ESTUVIERA EMBARAZADO TAMBIÉN LE HABRÍA DADO CITA PARA LA PRÓXIMA SEMANA.”

Eso hacen la xenofobia y el racismo: el señor no vio una persona como él, no vio una paciente como él, no vio una embarazada (que por eso sí era diferente), sólo veía una extranjera morena.

Caso 2: Los extranjeros que abren un negocio no pagan impuestos y los nacionales sí.

Este suele ser un tópico recurrente. Cual leyenda urbana, en España todo el mundo conoce un comerciante nacional que se queja de los impuestos que tiene que pagar, y también conoce (en este caso es más probable que lo conozca el cuñado del primo de un amigo) un chino o un marroquí que acaban de abrir un negocio y no pagan impuestos.

Para desmontar este tópico es suficiente con responder: “No estoy enterado/a de que existan tales beneficios, pero supongo que si Ud. lo dice será porque conoce la ley o reglamento. Es más, las personas afectadas por esa situación deberían reclamar las mismas exenciones. ¿Podría decirme cuál es esa ley?”

De hecho, cuando he utilizado esta respuesta, lo más parecido a una exención para extranjeros que me han mostrado fue un convenio de doble imposición internacional entre España y China, que es moneda corriente entre un montón de países del mundo y que -entre otras cosas- sirve para que las empresas españolas puedan exportar sus productos a China -y crear empleo en España- sin tener que pagar impuestos en China. O sea: de exención para extranjeros… ni hablar.

La realidad es que las exenciones impositivas -muy pocas- ayudas y créditos blandos se dan –bajo determinadas condiciones- a todo emprendedor, independientemente de que sea nacional o inmigrante. Pero el xenófobo razona de esta manera: Manolo el de la peluquería de la esquina de toda la vida, no tiene ningún beneficio. Ahmed que acaba de abrir un peluquería, le han bonificado determinados impuestos y le han dado subvenciones. El xenófobo pensará: el marroquí tiene subvenciones y el nacional no. Porque en lugar de ver a un a un emprendedor -que es lo que le da derecho a las ayudas tanto si es nacional como inmigrante- ve al extranjero. La ayuda que recibe por la misma e idéntica razón un nacional no es noticia. La ayuda que recibe un extranjero automáticamente es vista como “ayuda para extranjeros”.

Caso 3: Los extranjeros desempleados reciben más ayudas que los nacionales.

Este comentario que tuve oportunidad de leer es antológico y se explica por sí mismo: “A mí no me dieron el subsidio de desempleo y a mi vecino que es extranjero sí. Yo tengo más derecho porque soy nacional.”

Claro,  el hecho de que para acceder a las prestación de desempleo es que haya realizado los correspondientes aportes -seas o no extranjero- es irrelevante para el xenófobo. ¿Acaso creerá que los extranjeros deben realizar los aportes obligatorios pero luego no recibir la prestación? O cuando hablamos de subsidios no contributivos, el hecho de que la razón por la que se concede o no esa ayuda es la existencia de cargas familiares resulta irrelevante para el xenófobo, que no ve que la razón para recibir o no dicho subsidio es tener o no tener hijos. Lo único que ve el xenófobo es al extranjero, e incluso llega a opinar cuando se le responde que el subsidio no lo recibe por ser extranjero sino por tener más cargas familiares.: “pero los extranjeros tienen más hijos que nosotros, así que también se benefician más.”

Es una respuesta real, dada por una persona que jura y perjura que no es xenófoba.

Caso 4: El gobierno beneficia la contratación de trabajadores extranjeros por sobre la contratación de nacionales

Esta vez, al igual que en el caso 2, opté por solicitarle a la persona que hacía esta afirmación la norma en la que se basaba. Y me adjuntó esto una resolución del ministerio de trabajo, del año 2011, que incentivaba la contratación de desempleados que provinieran del sector de la construcción.

Cuando le comenté que seguía con mi ignorancia porque en ninguna parte del documento podía encontrar la palabra extranjero, inmigrante, o similar, su respuesta fue: “La construcción es uno de los sectores incentivados con reducción de cuotas de la seguridad social, y como el sector de la construcción empleaba mucha mano de obra inmigrante, ahora hay un montón de desempleados extranjeros provenientes de ese sector que tienen incentivada su contratación y tendrán más facilidad para encontrar empleo.”

Otra vez viendo al extranjero, antes que a un trabajador del sector más castigado por la crisis, y cuya contratación se incentiva, tanto si es inmigrante o nacional. La xenofobia no permite ver al trabajador desempleado igual que muchos otros, sólo deja ver al extranjero, aunque en ese incentivo para la contratación, la nacionalidad no tenga nada pero nada que ver.

El caso de los casos, para la antología del disparate: Ana Botella y la inseguridad en la Comunidad de Madrid.

El 5 de febrero de 2003 fue un día infausto en la Comunidad de Madrid. 4 muertos por homicidio, resultado de tres hechos violentos, todos el mismo día. Preguntada por esos cuatro asesinatos, la esposa del entonces Presidente del Gobierno y candidata a concejal por el PP, Ana Botella, tardó décimas de segundo en vincular el aumento de la delincuencia a la llegada de inmigrantes.

http://www.elpais.com/articulo/espana/Ana/Botella/vincula/aumento/delincuencia/llegada/inmigrantes/elppor/20030206elpepunac_6/Tes

De ninguna de esas cuatro muertes en Madrid fue imputado un inmigrante, ni siquiera investigado. Desde el primer momento las investigaciones policiales se dirigieron a españoles que terminaron condenados por ello, uno de los cuales resultó ser un asesino en serie, el “asesino de la baraja”. http://www.elpais.com/articulo/espana/personas/fallecen/asesinadas/24/horas/Madrid/Navarra/elpepiesp/20030206elpepinac_26/Tes

Ana Botella nunca se disculpó por sus declaraciones. Simplemente que la habrán entendido mal.

¿Y tú, a quien ves cuando ves a un inmigrante?

 

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El 21 de marzo es el Día Internacional contra la Xenofobia y el Racismo, en recuerdo de la Matanza de Sharpeville, que tuvo lugar en Sudáfrica, ese día de 1960, cuando la policía abrió fuego contra una manifestación que protestaba contra el régimen del apartheid o segregación racial. Murieron 69 personas de raza negra –entre ellos niños- y 180 resultaron heridos. Lamentablemente los acontecimientos en Libia restaron a este recordatoria el protagonismo que merece, pero unos cuantos comentarios que leí y escuché me decidieron a escribir esta nota.

Medio siglo después de la masacre de Sharpeville la discriminación racial sigue presente. No de la misma forma, por supuesto. No al menos en nuestro entorno. El racismo violento –afortunadamente- se reduce a grupos de inadaptados sin cerebro (lo siento pero es lo más suave que se me ocurre), en muchos casos manipulados por agrupaciones políticas de extrema derecha. Aún así, siguen siendo marginales, y su violencia se combate con el Código Penal. Son delincuentes, y así deben ser tratados. Esos no me preocupan.

La discriminación racial que de verdad me preocupa y más extendida en nuestro entorno es ese racismo de baja intensidad, ese racismo que busca aprobación social y se entremezcla con la xenofobia, al punto que racismo y xenofobia pueden considerarse en esencia, lo mismo. Miedo al diferente que se manifiesta de diversas formas, desde el desprecio e invisibilización, hasta la agresión física, pasando por el convencimiento de que somos superiores, y de que son “ellos” los que deben cambiar y ser como “nosotros”, renunciando a su cultura si quieren que los aceptemos.

La mayoría de estas conductas discriminatorias vienen de personas que no se consideran racistas. Yo no soy racista, pero… y después viene el mazazo discriminatorio “no sé que hacen aquí, no se integran, comen cosas raras, se llevan las ayudas, nos quitan el trabajo…”. ¿Por qué es tan típica esta situación? Porque la xenofobia no deja de ser una distorsión en la percepción de la realidad, que nos hace sobrevalorar nuestra cultura, nuestra etnia y nuestras costumbres por sobre las demás. Y como toda distorsión psicológica –del mismo modo que operan la anorexia y la vigorexia, por ejemplo- el xenófobo no se acepta como xenófobo, ya que no es consciente de su alteración en la percepción de la realidad.

El xenófobo no ve una persona, ve un extranjero. Allá donde lo que hay es un trabajador como él, ve un inmigrante que amenaza su empleo. Donde hay un emprendedor, ve un inmigrante al que seguro han ayudado más que a él. Donde hay un paciente, ve un extranjero que abusa de la sanidad pública. Su enfermedad consiste precisamente en no ver a la persona, y ver sólo la amenaza del diferente.

A esta altura alguno pensará: “no será tan así… en muchos casos tendrán razón.”¿Lo vemos en ejemplos? Les aseguro que son reales y contrastables.

Caso 1: A los extranjeros les dan preferencia en la sanidad pública

El señor se encuentra en la cola para pedir cita a un especialista, justo delante de mí. Delante de él una joven latina. El señor se sentía algo molesto porque parece que no era la primera cola que le tocaba hacer ese día, y para desahogarse se puso a protestar al aire sobre lo mal que funciona la seguridad social en España y sobre cómo los extranjeros eran mejor tratados que los españoles. Buscaba la aprobación en mi cara, que por supuesto no encontró, sino que más bien recibió la siguiente respuesta con todo el acento argentino que pude: “debe haber algún extranjero que tiene beneficios dobles –el suyo y el mío-  porque en mi caso, nunca nadie me dio un  trato preferencial por ser argentina.”

El caso es que cuando llega a la ventanilla la joven latina, le dan cita para la semana siguiente. Le toca al señor cabreado y le dan cita para tres meses después, lo que lo terminó de hacer explotar e increpar a la empleada que por qué a la extranjera la tratan mejor que a él. A lo que la empleada muy calmada pero muy firmemente le contestó: “SI USTED ESTUVIERA EMBARAZADO TAMBIEN LE HUBIERA DADO CITA PARA LA PROXIMA SEMANA.”

Eso hace la xenofobia: el señor no vio una persona, no vio una paciente, no vio una embarazada, sólo podía ver una extranjera.

Caso 2: Los extranjeros que abren un negocio no pagan impuestos y los nacionales sí.

Este suele ser un tópico recurrente. Cual leyenda urbana, todo el mundo conoce un comerciante nacional que se queja de los impuestos que tiene que pagar, y de que el chino o el marroquí de la esquina no pagan nada por sus negocios. No hay otra manera de desmontarlo que ésta: “No estoy enterado/a de que existan tales beneficios, pero supongo que si Ud. lo dice será porque conoce la ley o reglamento. Es más, las personas afectadas por esa situación deberían reclamar las mismas exenciones. ¿Podría decirme cuál es esa ley?”

De hecho, ayer mismo lo utilicé en respuesta a un comentario, y lo más parecido a una exención para extranjeros que pudieron mostrar fue ésto: http://www.aeat.es/wps/portal/DetalleContenido?url=La+Agencia+Tributaria%2FNormativa%2FFiscalidad+Internacional%2FConvenios+de+doble+imposici%C3%B3n+firmados+por+Espa%C3%B1a%2FChina%2FConvenio+entre+el+Gobierno+de+Espa%C3%B1a+y+el+Gobierno+de+la+Rep%C3%BAblica+Popular+China&content=29d7ac81e44b8010VgnVCM10000050f01e0aRCRD&channel=d8b02adcc31de010VgnVCM1000004ef01e0a____&ver=L&site=56d8237c0bc1ff00VgnVCM100000d7005a80____&idioma=es_ES&menu=1&img=8

Un convenio de doble imposición internacional entre España y China, que es moneda corriente entre un montón de países del mundo y que -entre otras cosas- sirve para que las empresas españolas puedan exportar sus productos a China -y crear empleo en España- sin tener que pagar impuestos en China. O sea: de exención para extranjeros… ni hablar.

La realidad es que las exenciones impositivas, ayudas y créditos blandos se dan –bajo determinadas condiciones- a todo emprendedor, independientemente de que sea nacional o inmigrante. Pero el xenófobo razona de esta manera: Manolo el de la peluquería de la esquina de toda la vida, no tiene ningún beneficio. Ahmed que acaba de abrir un peluquería, le han bonificado determinados impuestos y le han dado subvenciones. El xenófobo pensará: el marroquí tiene subvenciones y el nacional no. Porque en lugar de ver a un empresario, a un comerciante, a un emprendedor -que es lo que le da derecho a las ayudas tanto si es nacional como inmigrante- ve al extranjero. La ayuda que recibe por la misma razón un nacional no es noticia, es más, ni se fija. La ayuda que recibe un extranjero automáticamente es vista como “ayuda para extranjeros”.

Caso 3: Los extranjeros desempleados reciben más ayudas que los nacionales.

Este comentario que tuve oportunidad de leer es antológico y se explica por sí mismo.

“A mí no me dieron el subsidio de desempleo y a mi vecino que es extranjero sí. Yo tengo más derecho porque soy nacional.”

Claro, el hecho de que la razón por la que se concede o no esa ayuda es la existencia de cargas familiares resulta irrelevante para el xenófobo, que no ve que la razón para recibir o no el subsidio es tener o no tener hijos. Lo único que ve el xenófobo es al extranjero, e incluso llega a opinar ante este razonamiento: “pero los extranjeros tienen más hijos que nosotros, así que también se benefician más.”

Es tristemente cierto y reciente, y afirmado por una persona que jura y perjura que no es xenófoba.

Caso 4: El gobierno beneficia la contratación de trabajadores extranjeros por sobre la contratación de nacionales

Esta vez, al igual que en el caso 2, opté por solicitarle a la persona que hacía esta afirmación la norma en la que se basaba. Y me adjuntó esto: http://www.seg-social.es/prdi00/groups/public/documents/binario/142495.pdf

Cuando le comenté que seguía con mi ignorancia porque en ninguna parte del documento podía encontrar la palabra extranjero, inmigrante, o similar, su respuesta fue: “La construcción es uno de los sectores incentivados con reducción de cuotas de la seguridad social, y como el sector de la construcción empleaba mucha mano de obra inmigrante, ahora hay un montón de desempleados extranjeros provenientes de ese sector que tienen incentivada su contratación.”

Otra vez viendo al extranjero, antes que a un trabajador del sector más castigado por la crisis, y cuya contratación se incentiva, tanto si es inmigrante o nacional. La xenofobia no permite ver al trabajador desempleado igual que muchos otros, sólo deja ver al extranjero, aunque en ese incentivo para la contratación, la nacionalidad no tenga nada pero nada que ver.

El caso de los casos, para la antología del disparate: Ana Botella y la inseguridad en la Comunidad de Madrid.

El 5 de febrero de 2003 fue un día infausto en la Comunidad de Madrid. 4 muertos por homicidio, resultado de tres hechos violentos, todos el mismo día. Preguntada por esos cuatro asesinatos, la esposa del entonces Presidente del Gobierno y candidata a concejal por el PP, Ana Botella, tardó décimas de segundo en vincular el aumento de la delincuencia a la llegada de inmigrantes.

http://www.elpais.com/articulo/espana/Ana/Botella/vincula/aumento/delincuencia/llegada/inmigrantes/elppor/20030206elpepunac_6/Tes

De ninguna de esas cuatro muertes en Madrid fue imputado un inmigrante, ni siquiera investigado. Desde el primer momento las investigaciones policiales se dirigieron a españoles que terminaron condenados por ello, uno de los cuales resultó ser un asesino en serie, el “asesino de la baraja”. http://www.elpais.com/articulo/espana/personas/fallecen/asesinadas/24/horas/Madrid/Navarra/elpepiesp/20030206elpepinac_26/Tes

Ana Botella nunca se disculpó por sus declaraciones. Simplemente que la habrán entendido mal.

¿Y tú, a quien ves cuando ves a un inmigrante?

María Claudia Cambi

Valencia, 21 de marzo de 2011

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El lenguaje que empleamos cotidianamente no sólo refleja los valores de una sociedad, sino también que contribuye a transmitirlos y reforzarlos. De ahí la importancia de las palabras, que pueden ir -como un arma- cargadas de connotaciones negativas y prejuiciosas o -por el contrario- pueden utilizarse para ayudar a revertir situaciones de discriminación.

Podría pensarse que -al fin y al cabo- el lenguaje no es más que un reflejo de la realidad, que las palabras en sí no crean discriminación, que lo importante son los hechos.  Pero lo cierto es que la forma en que empleamos el lenguaje puede -en muchos casos- constituir y no sólo reflejar, percepciones sesgadas de la realidad que dañan a otras personas.

El lenguaje, como construcción social e histórica -como producto humano- influye directamente en nuestra percepción de la realidad. Las palabras y conceptos condicionan nuestro pensamiento y, por ende, determinan nuestra visión del mundo.

Quienes trabajan con la palabra, quienes comunican, quienes utilizan el lenguaje para informar y formar tienen por ello una especial responsabilidad, y sobre quienes lo hacen a través de los medios de comunicación recae un plus de precaución en cuanto formadores de opinión.

A día de hoy -por poner un ejemplo- ningún periodista que respete su profesión utilizaría el término «invertido» o «marica» para referirse a un homosexual (excepto que quiera ser contratado por el grupo Intereconomía, claro está).

Anormal, retrasado, deficiente, incapaz, impedido, incapacitado, discapacitado, persona con discapacidad, persona con necesidades especiales, personas con movilidad reducida, personas con diversidad funcional… También en el ámbito de la discapacidad el lenguaje evolucionó, dejando de transmitir la idea negativa de la carencia o la desviación respecto de una pretendida normalidad, para pasar a transmitir con las palabras una idea en positivo, la de la diversidad, enfatizando la dignidad de la persona por encima de sus peculiaridades o limitaciones.

Y han sido las propias personas con discapacidad las que erigiéndose en grupo social -unidos más por su lucha por la mejora de la sociedad que por su condición- utilizaron el lenguaje como una herramienta de  sensibilización y cambio de enfoque por parte de la sociedad.

Aunque lejos estamos aún de considerar como tarea cumplida la eliminación del lenguaje sexista, en materia de discriminación de género, también se ha tomado conciencia sobre la influencia que ha tenido el lenguaje a la hora de consolidar y presentar como normales situaciones de discriminación y relaciones de dominación.

Sin embargo, con demasiada frecuencia -y por poner sólo un ejemplo, esta misma mañana en Cadena Ser en relación a los migrantes de Túnez a Italia- escuchamos hablar de «avalancha de inmigrantes« mientras cuantifican (y cosifican) a seres humanos que pasan por una de las situaciones más difíciles y traumáticas que se pueden vivir: dejar su tierra, sus afectos, sus raíces, y hacerse a la mar sin saber si llegarán a destino o morirán en el camino sin que nadie llegue a conocer su suerte. En algunos casos será con toda la intención denigratoria, otros por ahorrarse eso de pensar y continuar utilizando los mismos lugares comunes y frases hechas, pero esa antipática frasecita está presente en casi todas las noticias referidas a inmigración y fronteras.

Según la Real Academia Española de la Lengua:

avalancha.

(Del fr. avalanche).

1. f. alud.

alud.

(De or. prerromanocf. vasco lurte, derrumbamiento de tierra).

1. m. Gran masa de nieve que se derrumba de los montes con violencia y estrépito.

2. m. Masa grande de una materia que se desprende por una vertiente, precipitándose por ella. U. t. en sent. fig.

Estimados profesionales de la palabra, ¿como os sentiríais si vuestros lectores llamaran a vuestras notas y artículos algo así como «rejunte de palabras» o llamáramos al periódico algo así como «papel que ensucia las manos»? ¿Si con la connotación de nuestras palabras despojáramos a vuestro trabajo de su esencia, de aquello que lo hace especial, del componente de humanidad, de creatividad? Sería una falta de respeto a vuestra condición de profesionales y de creadores.

Pues considerar un movimiento migratorio como «avalancha», es despojar a las personas de toda su humanidad, de cosificarlas, de privarlas de su condición de sujetos. Si cosificamos al inmigrante, si lo mostramos en masa, en cantidades, y le añadimos una connotación de catástrofe natural o de amenaza, eligiendo palabras como «avalancha», o «invasión», emitimos a la sociedad el mensaje de que esos seres humanos son menos personas que nosotros y que por eso no pueden aspirar a todo aquello que nosotros aspiramos o defendemos.

El lenguaje no es neutral, el significado de las palabras es producto de la intencionalidad con que se use. Y a este respecto, quienes lo utilizan en un medio masivo de comunicación tienen una responsabilidad directa. Libertad de expresión, libertad de prensa, van indisolublemente ligados al derecho a la información veraz y sin manipulaciones por parte de los destinatarios de esa información.

Iñaki Gabilondo lo ha dicho perfectamente:

«La sociedad humana no está formada por un núcleo duro de normalidad al que le salen abscesos laterales, imperfectos o indeseados. La sociedad humana es un entramado complejo compuesto de hombres, mujeres, jóvenes, viejos, sanos, enfermos, de distintas razas, orientaciones sexuales, particularidades físicas, etc. Ese heterogéneo paisaje es la normalidad. Todos, igualmente, seres humanos. Y todos igualmente dotados de derechos, aunque las necesidades de todos no sean idénticas.»


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El pasado 15 de enero se cumplieron seis meses de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario en la República Argentina. Una ley cuyo trámite legislativo estuvo acompañado de un virulento debate político y social. Los sectores más conservadores se opusieron con una fuerza y movilización que ya me gustaría verlas para luchar contra la explotación infantil o la trata de personas. Se llegó a convocar una «Guerra de Dios» contra la iniciativa.

En esos ciento ochenta días -gracias a la ley- 1.300 parejas pudieron contraer matrimonio, sin discriminación. Pero muchos más que no aparecen en las estadísticas pudieron ejercer su libertad de casarse. Cientos, miles… no sabemos cuántos, pero desde el 15 de julio de 2010, también quienes no creen o no desean el matrimonio, pueden elegir no casarse. Pero ahora es porque no quieren, no porque no les dejen.

Seis meses de aplicación de la Ley de Matrimonio Igualitario, y las quejas sobre la inseguridad ciudadana se siguen sucediendo; el conflicto del campo continúa; los pueblos originarios aún siguen pidiendo por sus derechos; las multinacionales agrarias siguen con su explotación laboral; el pobre sigue siendo pobre (homosexual o no);  la megaminería a cielo abierto amenaza los recursos naturales; murieron Néstor Kirchner y María Elena Walsh….

Las Cataratas del Iguazú no se secaron; los heterosexuales conservan su derecho a casarse -si quieren- intacto; la economía continuó creciendo; fueron condenados unos cuantos genocidas; Dios no se enojó, así que no volvió a mandar las siete plagas de Egipto; la temporada veraniega fue un éxito turístico…

EL MUNDO SIGUIÓ ANDANDO, pero un poco más inclusivo.


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Como un vestigio de ese pasado en el que viajar en avión estaba reservado a unos pocos privilegiados -o a contadísimas ocasiones para los no privilegiados- y volar era sinónimo de glamour, todavía nos queda a muchos la tentación de valorar el servicio de una aerolínea no sólo en base a puntualidad y seguridad, sino también en base a otros aspectos más «superficiales».

Así, nos encontramos comentando con el compañero de asiento aspectos tales como si el personal de cabina de Iberia es más o menos simpático que el de Aerolíneas Argentinas, si en Alitalia son los más guapos, si el avión de TAM era más moderno porque tenía televisor en cada asiento, si la comida de British es buena a pesar de que son ingleses… Aunque el momento cúspide viene cuando queremos dormir y empezamos a comparar cuál de todas las compañías es la que obliga a viajar con las rodillas más cerca de nuestra nariz si no queremos incrustarlas en la espalda del inocente pasajero sentado delante.

Un vuelo de 12 horas da para esto y mucho más, incluso para leer en detalle «la revistita del avión». Era la primera vez que viajaba con Aerolíneas Argentinas después de haber sido renacionalizada. Hablando más claro: después que se recuperó de las «garras» del grupo Marsans (sí, ese mismo perteneciente a Díaz Ferrán, el que fue presidente de los empresarios españoles, llevó a la quiebra a todas sus empresas, debe millones en sueldos a sus empleados, y sólo le faltaba defender abiertamente la vuelta al empleo esclavo).

Esa circunstancia hizo que le preste más atención de la normal a «la revistita» y a las noticias de «la tele del avión». ¿Cómo era Aerolíneas Argentinas ahora que volvía a pertenecer al Estado? ¿Qué había cambiado para mejor o para peor? Por el momento, iba ganando la nueva aerolínea en puntualidad y hasta tenía la sensación de que mis rodillas no estaban tan cerca de mi nariz, comida bien, personal bastante bien, el avión no era el último modelo de Boeing ni tenía mi propia TV… pero el examen iba siendo superado satisfactoriamente. La nueva Aerolíneas Argentinas en esos aspectos era mejor que la anterior, y estaba a la altura del resto de compañías, aunque no fuera la mejor, ni mucho menos.

Pero he aquí que mientras hablaba de los guapos de Alitalia y la comida de British,  me entero leyendo «la revistita del avión» que Aerolíneas Argentinas es la primera línea aérea comercial del mundo que adopta la medida de conceder a las personas obesas un asiento extra sin cargo alguno (mediante un servicio expresamente reconocido y no como excepción o favor si sobran asientos). Pues sí, a contracorriente del «mercado», en el que las demás compañías aerocomerciales aplican una normativa internacional que obliga a los pasajeros obesos a comprar dos asientos, y en el caso de algunas empresas han llegado a establecer recientemente que el asiento extra sea cobrado al doble de la tarifa que corresponda.

Aerolíneas Argentinas y el Instituto contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) firmaron un acuerdo de cooperación que incluye también la capacitación del personal de la compañía en la eliminación de barreras y en la accesibilidad al servicio de todas aquellas personas que sufran una discapacidad, y el asesoramiento y la prevención de prácticas discriminatorias de cualquier tipo.

Esto es nada más ni nada menos que un ejemplo de cómo la inclusión de los Derechos Humanos en la agenda política de un Estado, y la asunción de su rol soberano en este aspecto, también sirven para mejorar la vida cotidiana de las personas. Y también un argumento más que se suma a los tantos que tenemos para desmontar el tópico de: «en manos privadas es mejor…».

Las líneas aéreas de bandera son como nuestra selección de fútbol del aire: a un español le gustará que le digan que han viajado por Iberia y fue fantástico, para un chileno no habrá nada mejor que LAN, un argentino querrá que todos elogien a Aerolíneas Argentinas… (no es muy racional, pero así es, un pequeño chauvinismo perdonable).

Hoy me tomo la libertad de decir que, en lo que realmente importa a las personas y más allá del glamour, AEROLINEAS ARGENTINAS ES LA MEJOR LINEA AEREA DEL MUNDO. Ojalá que por imitación de sus competidores, deje de serlo pronto.

María Claudia Cambi

Valencia, enero de 2011

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