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Posts Tagged ‘calle San Luis’


Rosario es una ciudad preciosa –por supuesto que en esto soy subjetiva-, una especie de Buenos Aires pero más limpia, más tranquila, con más porcentaje de espacios verdes, y con playa. Tiene una oferta cultural y deportiva muy interesante, que envidiaría más de una capital. La noche rosarina también es famosa en el país y -cómo no- su gente, que es como la ciudad: abierta, amable, acogedora.

Hoy les quiero hablar de un pedacito de Rosario. De una calle que la atraviesa de Este a Oeste, y que en su parte céntrica es uno de los núcleos comerciales más activos de la ciudad.

En esa calle se encuentran las tiendas mayoristas textiles, mercerías, confecciones, ropa interior, baratijas, etc. Si buscas algo buenobonitobarato, ve a la calle San Luis. Su arquitectura no destaca especialmente –si bien conserva algunos edificios emblemáticos y con valor arquitectónico, testimonio de un pasado de esplendor-, el tráfico es caótico: una superpoblación de taxis, autobuses, coches particulares, bicicletas, todo ello mezclado con algún que otro vendedor ambulante. Las veredas tampoco están muy cuidadas que digamos, y los frentes de las tiendas, carteles y escaparates, no ganarían ningún premio de decoración.

¿Y por qué entonces se me ocurre hablaros de la calle San Luis?, estaréis pensando a esta altura.

Porque su belleza –que la tiene y mucha- no está en su exterior, está en su historia y en su presente. Porque en la calle San Luis se desarrolla una de las historias de entendimiento, convivencia y armonía más representativas de lo que define el espíritu de la ciudad de Rosario.

A principios del siglo XX, judíos de Europa oriental, árabes, sirios, libaneses, turcos, armenios, formaron parte de las corrientes inmigratorias que poblaron Argentina. De los que llegaron a Rosario, muchos se asentaron alrededor de la calle San Luis, instalando su hogar, sus comercios, sus escuelas, sus instituciones culturales y sus templos de oración. Una sinagoga, y doblando la esquina una mezquita, y algo más allá, una iglesia ortodoxa. Una tienda de telas de un judío pegada a tienda de alimentos de un sirio-libanés, y en la esquina la tienda de alfombras de un armenio, frente a la mercería de un turco. Comunicándose todos en su nueva lengua común: el español rioplatense malhablado. Y comunicándose con los demás rosarinos –autóctonos e inmigrantes- que así como a todos los españoles les llamaban gallegos y a los italianos gringos o tanos, a ellos les comenzamos a llamar, indistintamente, “el turco”, el “ruso”, etc. (daba igual si se le decía turco a un árabe, o ruso a un judío polaco, el conocimiento popular de la geografía de Europa y de Asia Menor seguramente no daba para muchas más precisiones).

Y así, la calle San Luis -a partir de la esquina con calle Dorrego hacia el Río Paraná- se transformó en un lugar con alma y vida propias. Más allá de los conflictos armados que los hicieron dejar su tierra, y de enemistades que aún se siguen pagando con sangre, hay un lugar en el mundo, en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, República Argentina, donde desde hace más de un siglo no hay más enfrentamientos entre árabes y judíos que los que puedan dirimir en tribunales por algún negocio mal avenido, o el que posiblemente sea el más profundo e irreconciliable: la rivalidad futbolera entre leprosos y canayas.

En este lugar en el mundo, árabes y judíos supieron que -por encima de todo- estaba el incalculable tesoro de la armonía y la convivencia. Tesoro que conservaron gracias a la memoria común de cuando fueron todos por igual extranjeros en esta tierra y, por sobre las diferencias, alimentaron su hermandad en barcos, veredas y patios de conventillo.

Intervención urbana del Artista León Carpman, inaugurada en abril de 2009

Desde abril de 2009, una obra artística rinde homenaje a esta historia. Sencilla, incrustada como un sello en la intersección de las calles San Luis y Dorrego. De la misma manera que sus vecinos, integrada en el paisaje y sin alterar la cotidianeidad, respetando incluso la tapa de la boca de tormenta preexistente, su vocación es ser un recordatorio permanente de ese singular espíritu de convivencia y un homenaje a la multiculturalidad de la ciudad. (1)

El diseño de la obra reúne en un mismo conjunto las letras bet (segunda del alfabeto hebreo) y ba (segunda del alfabeto árabe), iniciales que –en ambos idiomas- dan origen a la palabra hogar. Parte del bronce utilizado en su construcción provino de las llaves donadas por comerciantes y vecinos de la zona que alguna vez ocuparon esas calles. Antiguas llaves rescatadas del fondo de los cajones, que alguna vez protegieron lo que aquéllos inmigrantes construyeron y crearon en su nueva ciudad.

Rosario, ciudad portuaria y cosmopolita. La ciudad que se hizo sola, tanto que ni siquiera tiene un fundador. Por eso mismo siempre fue agradecida con quienes llegaron desde todas partes del mundo a contribuir a su progreso. Y por eso mismo no es casual que Rosario haya recibido el reconocimiento de la UNESCO distinguiéndola como Ciudad de la Paz, ni que sea considerada como la ciudad argentina más abierta a la diversidad.

Rosario tiene muchas cosas bellas, y la calle San Luis –aunque no figure en las guías turísticas- es uno de los lugares que merece ser visitado.

María Claudia Cambi

Valencia, 15 de abril de 2011

(1) La iniciativa fue impulsada por la Dirección de Diseño e Imagen Urbano -a cargo del conocido diseñador rosarino Dante Taparelli- junto a la Oficina de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario, y desarrollada a través del concurso “Un Lugar en el Mundo”, del que resultó ganador el joven artista local León Carpman.

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