Hace unos días tuve una discusión con compañeros de trabajo, acerca del asunto Repsol YPF (comenzó sobre el rumbo de la economía española y sobre cómo había visto a Argentina en mi reciente viaje, y terminó -cómo no- en YPF).
Lo de ser la roja y feminista de la empresa ya lo tengo -y lo tienen- asumido, así como ya tengo asumidos -que no consentidos- los micromachismos cotidianos con los que tengo que lidiar, buscando -y no siempre encontrando- el equilibrio entre no dejar pasar ni una, y mirar para otro lado para no arruinar la comida.
Lo que rescato de esa discusión es uno de los argumentos, esgrimidos por un economista cuando, a la afirmación de que «no debíais haber privatizado en los 90 entonces», respondí: «entonces me dáis la razon, la recuperación de las acciones de YPF es la corrección de una incorrección que no debió haberse producido». Este economista entonces afirma: «Claaaaro, Claudia tiene razón y nosotros no. Si mi abuela un día malvende todos sus bienes y deja a sus nietos sin nada de herencia, podemos, ya que eso no estuvo bien, ir a los compradores y quitarles todo lo que compraron, Así de fácil y con todo el morro. (ironic mode off)»
Dejando de lado que en este ejemplo también podría caber la restitución si hubo vicio del consentimiento en origen, y que expropiar no es quitar por las buenas algo a otro ni es algo de países bananeros, sino que la expropiación por causas de utilidad pública es una institución reconocida y utilizada por muchos países, entre ellos España. Decía, dejando de lado eso, lo que me llamó la atención del argumento es la llana y directa asimilación, poniendo en igualdad de condiciones para su protección contra el dispendio y mala administración, a los bienes particulares (los tesoros de la abuela) y a los recursos naturales, los derechos soberanos de un Estado.
Debo reconocer que mis intentos de hacerle entender las diferencias entre uno y otro fueron inútiles. Para él, reconocer las diferencias hubiera implicado cambiar su ideología y su manera de entender la economía y el mundo.
Y es así, no se trata de gestionar mejor o peor, ni siquiera de ser más o menos corrupto (fijaros incluso lo que llego a decir poniendo la corrupción en un plano secundario), se trata de -básicamente y reconociendo matices- dos concepciones antagónicas. Para unos, la propiedad de los bienes en general -sea particular o colectiva- debe estar sometida al principio de función social e interés común, y con más razón los recursos soberanos de un Estado. Para otros, la propiedad privada es un bien sagrado e intocable, y no hay cuestión de soberanía ni de recursos naturales que pueda estar por encima de ese sagrado derecho, todos los bienes son mercancías en potencia, y como tal deben ser tratados, aunque hablemos de petróleo, o de vacunas.
Y por qué me acordé de esta discusión?
Porque ayer escuché -en un avance del programa Salvados, de Jordi Évole- a Eduardo Montes, presidente de la patronal de las compañías eléctricas españolas (UNESA) comparar la producción en el sector eléctrico con la producción de latas de sardinas. El programa se emitirá este domingo a las 21.30, pero ya puede verse un adelanto en la web de la cadena.
El número uno del lobby de las eléctricas, muy suelto de cuerpo, ante una pregunta alusiva a la inexistencia de auditorías sobre los verdaderos costes del sector, respondió: «¿Hay algún organismo que controle lo que cuestan las latas de sardinas?»,
Finalmente, y a la pregunta sobre lo que pueden hacer las compañías eléctricas para paliar la situación del creciente número de ciudadanos afectados por la pobreza energética, Montes contesta: «Lo que no puede ser es que sean compañías privadas las que suplanten una obligación del Estado».
Ahí tenéis en su estado más puro a un fiel representante de esta ideología para la que los derechos humanos, las sardinas, la educación, los artículos de lujo, la electricidad, los recursos naturales, la necesidad de alimentos, las acciones en bolsa, la salud, el dólar… es todo lo mismo: mercancías. Ah, eso sí, lo dijo el señor bien clarito: que de los pobres se haga cargo el Estado.
Te dirán que se trata de elegir buenos gestores, te dirán incluso que es mejor elegir gobernantes ricos porque no necesitarán robar y serán honestos (pocas gilipolleces mayores he escuchado en el tema político), te dirán muchas cosas para que creas que ya está todo establecido, que existe un orden intocable, que la economía es una ciencia absoluta como las matemáticas, y que sólo hay que elegir buenos administradores.
No les creas. La ideología sí importa.